"El que no encuentra tiempo para leer,
peor para él."
Umberto
Eco
¿Será la crónica el muro de contención para la supervivencia del
periodismo o ella misma se precipitará al vacío? Entre el desaliento manifiesto
por la crisis aguda que padece el periodismo muchos apuestan a la crónica para
sortear con éxito el vendaval. Mientras el catalán Ignacio Ramonet se
interrogaba hace quince años qué era ser periodista frente a los cambios y transformaciones
en ciernes provocadas por el ascenso vertiginoso de los medios audiovisuales,
el peruano Julio Villanueva Chang, director de Etiqueta Negra, cambia por completo la naturaleza de la pregunta.
En su disertación magistral sobre la crónica publicada inicialmente en 2005 en Letras Libres, en la versión inédita dada
a conocer cinco años después por el colombiano Darío Jaramillo Agudelo, (Antología de la crónica latinoamericana Alfaguara,
2012), pregunta con agudeza " si no
estamos asistiendo a la muerte del periodismo". Una interpelación
compartida.
La preocupación del peruano ha sido manifestada igualmente por
connotados cronistas. Contrario a los aires festivos que soplan por distintas
partes de la comarca latinoamericana, sus grandes cultores insisten en llamar
la atención destacando el flagelo. Las reducciones drásticas introducidas por
los editores conminando no sobrepasar 300, 400, 600 u 850 palabras son un mal
presagio, pareciera ser una acta de defunción anticipada. Cada vez constriñen a
los redactores a escribir menos. ¿En vez de atemperar la crisis la precipitan? La
compresión es compulsiva, no se trata que la versión sea impresa o para la web.
La vuelta de tuerca está en consonancia con los dictados feroces provenientes
de las graderías. No hay estrategias ni propuestas alternas. Sin miramientos se
sujetan a las directrices emanadas por quienes piensan que bastan 100 palabras
para conocer lo que ocurre. ¡Cuánta ingenuidad! Una regreso al lenguaje telegráfico.
Mientras combaten las primicias como mal endémico contemporáneo, los
dirigentes de los medios escritos incurren en iguales despropósitos. La
advertencia del argentino Martín Caparrós resulta justa y oportuna. En su
defensa de la crónica le inquieta que los editores de diarios y periódicos
latinoamericanos "se empeñen en
despreciar a sus lectores". La contradicción expuesta resulta evidente,
en vez de seducirlos tratan de deshacerse de ellos. No comparte que los
editores para enfrentar a la tele y la radio, "suelen pensar medios gráficos para una rara especie que ellos se
inventaron: el lector que no lee. Es un problema: un lector se define por leer,
y un lector que no lee es un ente confuso". ¿Con esta manera de pensar
no estarán acelerando la muerte del periodismo? No hay manera que entiendan que
viajan por el camino equivocado y si al final resulta que el periodismo
desaparece, no aceptarán la responsabilidad que les asiste en su muerte.
¿Cómo no compartir su juicio si lo que veo a mi alrededor no son más que
réplicas de lo que Caparrós de forma juiciosa apunta para no sumarse a los
desencantados? ¿Cómo pasar por alto sus reflexiones si constituyen una
radiografía exacta de lo que ocurre en los predios de los editores? No existe
peor doblez que la proveniente de quienes estando al frente del timón, en vez
de ajustar la velocidad, evaden los compromisos que tienen para evitar que el
periodismo pierda el rumbo y se precipite a los abismos. Azorados no saben qué
hacer, dejándose arrastrar por la ola de las conveniencias financieras. En vez
de cautivar son cautivados, antes que ensayar nuevas modalidades son presas de los
temblores ocasionados por el ruido estruendoso de la imagen ante la que no
habría ya nada que oponer. ¿Olvidan que las dimisiones provenientes en los
grandes conglomerados mediáticos son auspiciadas por ellos mismos de manera
flagrante?
Presas de pánico, sostiene Caparrós, "los carcome el miedo a la palabra escrita, a la lengua, y creen que es
mejor pelear contra la tele con las armas de la tele, en lugar de usar las
únicas armas que un texto no comparte: la escritura". La crónica viene
a ser el sucedáneo, elíxir, ungüento o pomada para curar las agruras y restañar
los chimones. Los editores deben comprender hoy más que nunca que ante la
resequedad existente, la crónica reverdece el paisaje. Están poseídos por el
vértigo de la velocidad. Villanueva Chang, insiste que la prensa diaria,
"-sumada a su prosa de boletín, a su
retórica de eufemismos y a su necesidad de ventas y escándalos- continúa
padeciendo de un asunto metafísico: el tiempo. Lo actual es moneda corriente,
pero tener tiempo para entender qué está sucediendo sigue siendo la gran
fortuna". Con los programas actuales pueden inventarse guerras o presentar
imágenes falsas como ocurrió a Obama. En las redes sociales lo ponen disparando
una pistola, en el mismo instante que sostiene una campaña para regular el uso
de las armas en Estados Unidos.
El periodismo telegráfico impuesto por los editores no es un problema
ético ni profesional, "es pura
vocación comercial", anota Villanueva Chang. El mercado se niega apostar
para que la crónica sobreviva y pueda sortear los mil y un infortunios que la
acosan, para eso se requiere otro tipo de editor. Mientras tanto seguiremos
consumiendo breves parrafillos, notas escuetas, descontextualizadas. Miembro de
una tribu en extinción, asumo complacido sus señalamientos: "Un lector de periódicos -impresos o
electrónicos- percibe el mundo sobre todo a través de sus palabras: quien ahora
no se preocupe por escribir bien no solo perderá lectores sino sobre todo gente
que entienda que está sucediendo y que en consecuencia se conmueva, indigne o
divierta". Las concesiones onerosas continuarán conduciendo a
callejones sin salida. ¿Pero por favor díganme dónde puedo encontrar un editor
que comprenda y actué de acuerdo con lo que ocurre en el campo del periodismo? Sobran
los pretextos para no bajarse de las nubes.
¡Están mal acostumbrando el paladar de los lectores, después no habrá
nada que hacer! Pareciera que no hay forma de salvar las contradicciones
actuales. No menos dramáticas son las apreciaciones de la argentina Leila
Guerreiro, recrimina que los editores "hayan
decidido que los lectores no leen, pero insisten en hacer periódicos y revistas
-objetos que solo están hechos para ser leídos- es, al menos, desconcertante.
¿Para qué insistir en la fabricación de algo que está destinado al fracaso?
¿Por qué no venden sus diarios y revistas y se compran canales de televisión?
La encrucijada supone retos y desafíos que los dueños de medios impresos no quieren
encarar. Sienten que todo se hunde bajo sus pies. La reinvención del periodismo
sigue siendo tarea pendiente. ¿En verdad ya nada puede hacerse? Donde menos
preocupación he visto por solventar la crisis es en las escuelas y carreras de
periodismo. Entonces ¿para qué están? ¿Únicamente para lamentarse?