domingo, 10 de febrero de 2013

Crónica versus prensa telegráfica


 "El que no encuentra tiempo para leer,
 peor para él."
Umberto Eco

¿Será la crónica el muro de contención para la supervivencia del periodismo o ella misma se precipitará al vacío? Entre el desaliento manifiesto por la crisis aguda que padece el periodismo muchos apuestan a la crónica para sortear con éxito el vendaval. Mientras el catalán Ignacio Ramonet se interrogaba hace quince años qué era ser periodista frente a los cambios y transformaciones en ciernes provocadas por el ascenso vertiginoso de los medios audiovisuales, el peruano Julio Villanueva Chang, director de Etiqueta Negra, cambia por completo la naturaleza de la pregunta. En su disertación magistral sobre la crónica publicada inicialmente en 2005 en Letras Libres, en la versión inédita dada a conocer cinco años después por el colombiano Darío Jaramillo Agudelo, (Antología de la crónica latinoamericana Alfaguara, 2012), pregunta con agudeza " si no estamos asistiendo a la muerte del periodismo". Una interpelación compartida.

La preocupación del peruano ha sido manifestada igualmente por connotados cronistas. Contrario a los aires festivos que soplan por distintas partes de la comarca latinoamericana, sus grandes cultores insisten en llamar la atención destacando el flagelo. Las reducciones drásticas introducidas por los editores conminando no sobrepasar 300, 400, 600 u 850 palabras son un mal presagio, pareciera ser una acta de defunción anticipada. Cada vez constriñen a los redactores a escribir menos. ¿En vez de atemperar la crisis la precipitan? La compresión es compulsiva, no se trata que la versión sea impresa o para la web. La vuelta de tuerca está en consonancia con los dictados feroces provenientes de las graderías. No hay estrategias ni propuestas alternas. Sin miramientos se sujetan a las directrices emanadas por quienes piensan que bastan 100 palabras para conocer lo que ocurre. ¡Cuánta ingenuidad!  Una regreso al lenguaje telegráfico.

Mientras combaten las primicias como mal endémico contemporáneo, los dirigentes de los medios escritos incurren en iguales despropósitos. La advertencia del argentino Martín Caparrós resulta justa y oportuna. En su defensa de la crónica le inquieta que los editores de diarios y periódicos latinoamericanos "se empeñen en despreciar a sus lectores". La contradicción expuesta resulta evidente, en vez de seducirlos tratan de deshacerse de ellos. No comparte que los editores para enfrentar a la tele y la radio, "suelen pensar medios gráficos para una rara especie que ellos se inventaron: el lector que no lee. Es un problema: un lector se define por leer, y un lector que no lee es un ente confuso". ¿Con esta manera de pensar no estarán acelerando la muerte del periodismo? No hay manera que entiendan que viajan por el camino equivocado y si al final resulta que el periodismo desaparece, no aceptarán la responsabilidad que les asiste en su muerte.

¿Cómo no compartir su juicio si lo que veo a mi alrededor no son más que réplicas de lo que Caparrós de forma juiciosa apunta para no sumarse a los desencantados? ¿Cómo pasar por alto sus reflexiones si constituyen una radiografía exacta de lo que ocurre en los predios de los editores? No existe peor doblez que la proveniente de quienes estando al frente del timón, en vez de ajustar la velocidad, evaden los compromisos que tienen para evitar que el periodismo pierda el rumbo y se precipite a los abismos. Azorados no saben qué hacer, dejándose arrastrar por la ola de las conveniencias financieras. En vez de cautivar son cautivados, antes que ensayar nuevas modalidades son presas de los temblores ocasionados por el ruido estruendoso de la imagen ante la que no habría ya nada que oponer. ¿Olvidan que las dimisiones provenientes en los grandes conglomerados mediáticos son auspiciadas por ellos mismos de manera flagrante?

Presas de pánico, sostiene Caparrós, "los carcome el miedo a la palabra escrita, a la lengua, y creen que es mejor pelear contra la tele con las armas de la tele, en lugar de usar las únicas armas que un texto no comparte: la escritura". La crónica viene a ser el sucedáneo, elíxir, ungüento o pomada para curar las agruras y restañar los chimones. Los editores deben comprender hoy más que nunca que ante la resequedad existente, la crónica reverdece el paisaje. Están poseídos por el vértigo de la velocidad. Villanueva Chang, insiste que la prensa diaria, "-sumada a su prosa de boletín, a su retórica de eufemismos y a su necesidad de ventas y escándalos- continúa padeciendo de un asunto metafísico: el tiempo. Lo actual es moneda corriente, pero tener tiempo para entender qué está sucediendo sigue siendo la gran fortuna". Con los programas actuales pueden inventarse guerras o presentar imágenes falsas como ocurrió a Obama. En las redes sociales lo ponen disparando una pistola, en el mismo instante que sostiene una campaña para regular el uso de las armas en Estados Unidos.

El periodismo telegráfico impuesto por los editores no es un problema ético ni profesional, "es pura vocación comercial", anota Villanueva Chang. El mercado se niega apostar para que la crónica sobreviva y pueda sortear los mil y un infortunios que la acosan, para eso se requiere otro tipo de editor. Mientras tanto seguiremos consumiendo breves parrafillos, notas escuetas, descontextualizadas. Miembro de una tribu en extinción, asumo complacido sus señalamientos: "Un lector de periódicos -impresos o electrónicos- percibe el mundo sobre todo a través de sus palabras: quien ahora no se preocupe por escribir bien no solo perderá lectores sino sobre todo gente que entienda que está sucediendo y que en consecuencia se conmueva, indigne o divierta". Las concesiones onerosas continuarán conduciendo a callejones sin salida. ¿Pero por favor díganme dónde puedo encontrar un editor que comprenda y actué de acuerdo con lo que ocurre en el campo del periodismo? Sobran los pretextos para no bajarse de las nubes.

¡Están mal acostumbrando el paladar de los lectores, después no habrá nada que hacer! Pareciera que no hay forma de salvar las contradicciones actuales. No menos dramáticas son las apreciaciones de la argentina Leila Guerreiro, recrimina que los editores "hayan decidido que los lectores no leen, pero insisten en hacer periódicos y revistas -objetos que solo están hechos para ser leídos- es, al menos, desconcertante. ¿Para qué insistir en la fabricación de algo que está destinado al fracaso? ¿Por qué no venden sus diarios y revistas y se compran canales de televisión? La encrucijada supone retos y desafíos que los dueños de medios impresos no quieren encarar. Sienten que todo se hunde bajo sus pies. La reinvención del periodismo sigue siendo tarea pendiente. ¿En verdad ya nada puede hacerse? Donde menos preocupación he visto por solventar la crisis es en las escuelas y carreras de periodismo. Entonces ¿para qué están? ¿Únicamente para lamentarse?