I.- Metidos de pies y cabeza a indagar el
comportamiento de las maras, los periodistas de El Faro nos
brindan una radiografía exacta de la violencia que sacude en distintos grados
la región centroamericana. En su recuento dejan fuera a Costa Rica. Sus miradas
permiten ver las heridas y cicatrices generadas por una conducta delincuencial
que no conoce límites. Un registro en close-up. El acercamiento deja al
descubierto sus distintas maneras de operar, el terror abriéndose paso, casi
perpetuándose; violaciones a niñas y mujeres, complicidades obtenidas a base de
sobornos, férreo control en centros penitenciarios, la única autoridad
reconocida emana de sus directrices; asesinatos de una crueldad inusitada,
amplias zonas geográficas sometidas a su voluntad, ciudades sitiadas donde
rigen sus leyes, la compra de voluntades, sus estructuras de poder, los orígenes
de las pandillas, sus formas de reclutamiento y la amenaza real de expandir sus
dominios por todos los entramados de las sociedades centroamericanas.
Crónicas
Negras desde una región que no cuenta.
(Editorial Santillana 2013), un texto pionero, estremecedor, cuyo contenido
debemos al grupo de periodista que integra Sala Negra, uno de los mayores logros
de El Faro,
el diario digital salvadoreño, que apostando por hacer periodismo del bueno, en
una época de desencantados, devela con singular arrojo, el desarrollo progresivo
logrado por maras y narcotraficantes, en sociedades sometidas a sus asedios.
Escrito con pulcritud, haciendo acopio de las técnicas del relato policial,
dibuja nítidamente los contornos de cuatro países –Guatemala, El Salvador,
Honduras y Nicaragua- marcados por la existencia de bandas al servicio del
narcotráfico, la trata de personas y la creación de zonas de refresco que
permitan asentarse a la mafia internacional sobre el corredor centroamericano,
para ejercer sus actividades sin contratiempos ni tropiezos. Constituyen el
eslabón imprescindible para que las drogas lleguen a su destino. México
y Estados Unidos.
Las dieciocho crónicas que integran esta selección son
realizadas con el ánimo de conocer a fondo los resortes políticos, jurídicos,
sociales y económicos, aceitados con celo para obtener sus objetivos sin
mayores bajas. Un enfoque sereno, detallado, al cual deben asomarse sin
prejuicio policías y militares, políticos y religiosos, banqueros y rentistas,
sociólogos y economistas, jueces y abogados, con el propósito de enterarse en
versión de primera mano, la pendiente irreversible por la que se desliza
Centroamérica. En un juego dialectico, en la apuesta de El Faro, pesa tanto lo
contado como la forma que es narrado. Son los actores del drama los que asoman
sus rostros. Sus voces nos llegan en primera persona. Los llantos lastimeros de
los perseguidos, las revelaciones de las mujeres violadas, la conversión del
área en centro de operaciones de los carteles, el sigilo con que operan para no
ser descubiertos, las múltiples maneras de traficar sin perder el botín, forman
un retrato fiel que todos están llamados a conocer.
II.- Las narrativas de los seis cronistas que
integran la orquestación de esta sinfonía, vuelve a poner en perspectiva los
vasos comunicantes existentes entre periodismo y literatura. Son los
continuadores de esa forma de hacer periodismo nombrada en España como literaturalización del periodismo.
Una conceptualización que ha hecho suya el escritor y periodista Martín
Caparrós. Un año antes que el argentino expusiera su tesis, el mexicano Juan
Villoro, había escrito su texto clásico La crónica, el ornitorrinco de la prosa (2006),
donde insiste en demostrar que su denominación obedece a los préstamos que la
crónica hace a la novela, teatro, reportaje, cuento, entrevistas, ensayo y
autobiografía. Con acierto Villoro señala que la crónica, al seguir los
usos de la ficción, narra las oportunidades perdidas, los sueños, las
ilusiones, conjeturiza y colma vacíos. Estos trasvases deben dar por saldada
una discusión pueril. La crónica es literatura al ras del suelo, como pregona
el brasileño Antonio Cándido.
El mapa de la
delincuencia en Nicaragua aparece coloreado por cuatro crónicas que se han
ocupado los periódicos, las radios y televisoras locales. Una tiene que ver con
el caso de Walpasiksa, cuyo coletazo pringó de lleno al Consejo Supremo
Electoral, generando una polémica que todavía no apaga sus luces. Sandy Bay
resplandece en la crónica de Oscar Martínez. La muerte de Pen-Pen, sirve de
pretexto a Roberto Valencia para contar un poco la historia de Bluefields.
Pen-Pen sometido al suplicio en el tubo del martirio, estuvo amarrado a unos
grilletes día y noche por seis meses, hasta el desenlace trágico de su muerte.
En la costa este, Rivas, Oscar Martínez, hace un recuento del número de capos.
Asegura que son cuatro y después de conversar con uno de ellos denomina su
crónica Narco hecho en
Centroamérica. La razón es obvia. Este empezó como tumbador, traficante
que roba a otros traficantes. Un capo menor comparado con la dimensión
exuberante que exhiben las redes internacionales, específicamente colombianas y
mexicanas.
La cuarta crónica de
Roberto Valencia, está dedicada al Jorge Dimitrov. El barrio capitalino nacido
por el paso del huracán Aletta por Nicaragua (1982), aparece bajo otros
reflectores, la conjunción de esfuerzos impulsados por diferentes instituciones
encaminadas a terminar con este nudo de violencia. El saldo final un poco
halagador. “Afortunadamente
en Nicaragua las pandillas poco tienen que ver con las maras…-quizá la
diferencia más importante- la pandilla se puede dejar cuando se quiere, sin
represalias”. El periodismo practicado por quienes conforman Sala Negra, sin asomo
moralizante, testimonia un momento de la historia de Centroamérica. Un momento
crucial. Si no se tuerce el rumbo -debido a su situación geográfica
privilegiada - podría extraviar su camino. Los índices de violencia colocan a
Honduras como el país más violento del mundo. Un foco de irradiación
permanente. El Faro cumplió
su tarea. El desafío planteado no puede rehuirse ni minimizarse. ¡Actuar ahora,
para no tener que llorar después!