jueves, 6 de febrero de 2014

Crónicas Negras


I.- Metidos de pies y cabeza a indagar el comportamiento de las maras, los periodistas de El Faro nos brindan una radiografía exacta de la violencia que sacude en distintos grados la región centroamericana. En su recuento dejan fuera a Costa Rica. Sus miradas permiten ver las heridas y cicatrices generadas por una conducta delincuencial que no conoce límites. Un registro en close-up. El acercamiento deja al descubierto sus distintas maneras de operar, el terror abriéndose paso, casi perpetuándose; violaciones a niñas y mujeres, complicidades obtenidas a base de sobornos, férreo control en centros penitenciarios, la única autoridad reconocida emana de sus directrices; asesinatos de una crueldad inusitada, amplias zonas geográficas sometidas a su voluntad, ciudades sitiadas donde rigen sus leyes, la compra de voluntades, sus estructuras de poder, los orígenes de las pandillas, sus formas de reclutamiento y la amenaza real de expandir sus dominios por todos los entramados de las sociedades centroamericanas.


Crónicas Negras desde una región que no cuenta. (Editorial Santillana 2013), un texto pionero, estremecedor, cuyo contenido debemos al grupo de periodista que integra Sala Negra, uno de los mayores logros de El Faro, el diario digital salvadoreño, que apostando por hacer periodismo del bueno, en una época de desencantados, devela con singular arrojo, el desarrollo progresivo logrado por maras y narcotraficantes, en sociedades sometidas a sus asedios. Escrito con pulcritud, haciendo acopio de las técnicas del relato policial, dibuja nítidamente los contornos de cuatro países –Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua- marcados por la existencia de bandas al servicio del narcotráfico, la trata de personas y la creación de zonas de refresco que permitan asentarse a la mafia internacional sobre el corredor centroamericano, para ejercer sus actividades sin contratiempos ni tropiezos. Constituyen el eslabón imprescindible para que las drogas lleguen a su destino. México y Estados Unidos.


Las dieciocho crónicas que integran esta selección son realizadas con el ánimo de conocer a fondo los resortes políticos, jurídicos, sociales y económicos, aceitados con celo para obtener sus objetivos sin mayores bajas. Un enfoque sereno, detallado, al cual deben asomarse sin prejuicio policías y militares, políticos y religiosos, banqueros y rentistas, sociólogos y economistas, jueces y abogados, con el propósito de enterarse en versión de primera mano, la pendiente irreversible por la que se desliza Centroamérica. En un juego dialectico, en la apuesta de El Faro, pesa tanto lo contado como la forma que es narrado. Son los actores del drama los que asoman sus rostros. Sus voces nos llegan en primera persona. Los llantos lastimeros de los perseguidos, las revelaciones de las mujeres violadas, la conversión del área en centro de operaciones de los carteles, el sigilo con que operan para no ser descubiertos, las múltiples maneras de traficar sin perder el botín, forman un retrato fiel que todos están llamados a conocer.


II.- Las narrativas de los seis cronistas que integran la orquestación de esta sinfonía, vuelve a poner en perspectiva los vasos comunicantes existentes entre periodismo y literatura. Son los continuadores de esa forma de hacer periodismo nombrada en España como literaturalización del periodismo. Una conceptualización que ha hecho suya el escritor y periodista Martín Caparrós. Un año antes que el argentino expusiera su tesis, el mexicano Juan Villoro, había escrito su texto clásico La crónica, el ornitorrinco de la prosa (2006), donde insiste en demostrar que su denominación obedece a los préstamos que la crónica hace a la novela, teatro, reportaje, cuento, entrevistas, ensayo y autobiografía.  Con acierto Villoro señala que la crónica, al seguir los usos de la ficción, narra las oportunidades perdidas, los sueños, las ilusiones, conjeturiza y colma vacíos. Estos trasvases deben dar por saldada una discusión pueril. La crónica es literatura al ras del suelo, como pregona el brasileño Antonio Cándido.

El mapa de la delincuencia en Nicaragua aparece coloreado por cuatro crónicas que se han ocupado los periódicos, las radios y televisoras locales. Una tiene que ver con el caso de Walpasiksa, cuyo coletazo pringó de lleno al Consejo Supremo Electoral, generando una polémica que todavía no apaga sus luces. Sandy Bay resplandece en la crónica de Oscar Martínez. La muerte de Pen-Pen, sirve de pretexto a Roberto Valencia para contar un poco la historia de Bluefields. Pen-Pen sometido al suplicio en el tubo del martirio, estuvo amarrado a unos grilletes día y noche por seis meses, hasta el desenlace trágico de su muerte. En la costa este, Rivas, Oscar Martínez, hace un recuento del número de capos. Asegura que son cuatro y después de conversar con uno de ellos denomina su crónica Narco hecho en Centroamérica. La razón es obvia. Este empezó como tumbador, traficante que roba a otros traficantes. Un capo menor comparado con la dimensión exuberante que exhiben las redes internacionales, específicamente colombianas y mexicanas.

La cuarta crónica de Roberto Valencia, está dedicada al Jorge Dimitrov. El barrio capitalino nacido por el paso del huracán Aletta por Nicaragua (1982), aparece bajo otros reflectores, la conjunción de esfuerzos impulsados por diferentes instituciones encaminadas a terminar con este nudo de violencia. El saldo final un poco halagador. “Afortunadamente en Nicaragua las pandillas poco tienen que ver con las maras…-quizá la diferencia más importante- la pandilla se puede dejar cuando se quiere, sin represalias”. El periodismo practicado por quienes conforman Sala Negra, sin asomo moralizante, testimonia un momento de la historia de Centroamérica. Un momento crucial. Si no se tuerce el rumbo -debido a su situación geográfica privilegiada - podría extraviar su camino. Los índices de violencia colocan a Honduras como el país más violento del mundo. Un foco de irradiación permanente. El Faro cumplió su tarea. El desafío planteado no puede rehuirse ni minimizarse. ¡Actuar ahora, para no tener que llorar después!