Los trabajos de Silva son un dechado de escritura, prosa fluida
construida con soltura de ballestita, cuenta una desventura inconsolable con
agudo ejercicio reporteril y sirve de espejo para apreciar el desarrollo de la
crónica en Nicaragua. Un mojón imposible de divisar en el horizonte de la
crónica centroamericana, más allá que los tres autores salvadoreños
antologizados por Jaramillo Agudelo, ratifican que en la cintura de América la
crónica cuenta con prestidigitadores curtidos. La inconformidad de Enríquez y
López Campos, constituye un llamado urgente para que no sigan ocurriendo estas omisiones,
sobre todo que el antologista colombiano pretendía ofrecernos una muestra representativa
del subcontinente americano. Ni antillanos ni brasileños figuran, no porque no
lo merezcan, quedaban fuera de su mirada.

Las fiebres que le provocan miedo solo concluirán cuando comparezca como
testigo y cierre el caso más importante de su vida. En el inicio de la guerra
caliente que vivió ese país, los jueces servían por turnos y en la rifa de la
lotería, el día que entró a la posteridad el Arzobispo Romero, Atilio estaba de
turno. ¡Ni que lo hubiese pedido! Lo que vendría a partir del peritaje
realizado junto con los forenses, sería una interminable agonía no solo para
los salvadoreños, Atilio sufrió en carne viva los asedios del poder militar.
Enterados que él sería quien enjuiciaría a los culpables, el primer mensaje recibido
en casa -esperaba a su asistente- fue la llegada de dos hombres con el objetivo
expreso de asesinarle, los sicarios no contaban que Atilio tenía los güevos
bien puestos. Los recibió a punta de
plomo. Como ocurrió durante esos años, el infortunado vivió parte de su calvario
en Nicaragua.
El calvario cotidiano son los vejámenes y mal trato recibidos, golpizas,
pequeñas extorsiones, manoseo de jovencitas, un mundo donde siempre se presume
la culpabilidad. ¡A la mierda con el principio de inocencia! Un conjunto de
relatos donde la voz de los pastores, escuchadas a coro, clama por sus rebaños.
Las rivalidades de las pandillas convierten cada pulgada de la capital
salvadoreña en territorio de la Mara Salvatrucha o la Mara 18. El estigma permanece,
"una mancha de óxido en una camisa
blanca", obligándoles a mentir en sus hojas de vida, registrando su
dirección en cualquier lugar menos que son los hijos malnacidos en La Campanera. Mienten o jamás consiguen
trabajo. Crónica con enorme capacidad narrativa, nos lleva al convencimiento de
la necesidad de conceder otro trato a sus pobladores. Ninguno de sus gobernantes
lo ha querido entender.

Cuando la dicha los embarga, pensando que cruzaran la frontera
estadounidense, sus sueños se pasman, víctimas de los burreros, narcos,
polleros y autoridades policiales mexicanas, sobrellevan un drama al que de
alguna manera saben que se precipitan, pero son incapaces de renunciar, buscando
mejor vida. Oscar muestra el otro miedo, abusadas, robados y asesinados,
sometidos al escarnio pagan cara su osadía. Nos devela el muro que se levanta
en la frontera México-estadounidense, impedimento, trabas que no existen para
las mercancías, libertad comercial y financiera, nunca de movilización y
desplazamiento de las personas. El mismo sistema que los expulsa de sus
territorios de origen, cierra las fronteras y niega el acceso, condenándoles a
padecer otro miedo, tan aterrador como el que dejaron atrás. Tres testimonios
difíciles de olvidar.
*Fotografías obtenidas de Internet