lunes, 8 de abril de 2013

Cronistas centroamericanos



I. Una observación imprescindible. ¿Qué tipo de reacciones provocará entre los lectores del área centroamericana la Antología de la Crónica latinoamericana actual (2012), del colombiano Darío Jaramillo Agudelo? Incluyó únicamente a tres periodistas salvadoreños. Desconozco qué dirán guatemaltecos, hondureños, costarricenses y panameños, pero estoy enterado del juicio de los nicaragüenses Octavio Enríquez del semanario Confidencial e Ismael López Campos de la revista televisiva Esta Semana. Consideran absolutamente injusta la exclusión de la saga del nicaragüense José Adán Silva, quien puso sal a los estragos ocasionados por el nemagón, trabajos publicados por La prensa entre el 10 y el 13 de noviembre de 2003. Aún cuando toda antología es el resultado de una serie de discrecionalidades, una omisión como esta genera suspicacias y provoca animosidades.

Los trabajos de Silva son un dechado de escritura, prosa fluida construida con soltura de ballestita, cuenta una desventura inconsolable con agudo ejercicio reporteril y sirve de espejo para apreciar el desarrollo de la crónica en Nicaragua. Un mojón imposible de divisar en el horizonte de la crónica centroamericana, más allá que los tres autores salvadoreños antologizados por Jaramillo Agudelo, ratifican que en la cintura de América la crónica cuenta con prestidigitadores curtidos. La inconformidad de Enríquez y López Campos, constituye un llamado urgente para que no sigan ocurriendo estas omisiones, sobre todo que el antologista colombiano pretendía ofrecernos una muestra representativa del subcontinente americano. Ni antillanos ni brasileños figuran, no porque no lo merezcan, quedaban fuera de su mirada.

II. Una visión aterradora. El hecho que los tres periodistas antologizados estén vinculados con El Faro de El Salvador, no se debe al azar. Cuando Carlos Martínez D´Abuisson pidió al juez Atilio Ramírez Amaya le contara su desdicha, concedió la entrevista "porque yo no representaba a ninguno de los medios tradicionales del país, a los que mira con una mezcla de resentimiento y desconfianza". El asesinato del Arzobispo Oscar Arnulfo Romero, un cura que apostó por los pobres y murió acribillado a balazos el lunes 24 de marzo de 1980, jodió la vida del juez Atilio y precipitó la violencia impune en el pulgarcito de Centro América. Era tiempo de ver, oír y callar, pero como rememora Carlos, en medio de todo aquel silencio había una sola voz, su voz, que incendiaba el país cada domingo. Sobrecogen los padecimientos de Atilio y su tormentosa fuga para burlar la muerte.

Las fiebres que le provocan miedo solo concluirán cuando comparezca como testigo y cierre el caso más importante de su vida. En el inicio de la guerra caliente que vivió ese país, los jueces servían por turnos y en la rifa de la lotería, el día que entró a la posteridad el Arzobispo Romero, Atilio estaba de turno. ¡Ni que lo hubiese pedido! Lo que vendría a partir del peritaje realizado junto con los forenses, sería una interminable agonía no solo para los salvadoreños, Atilio sufrió en carne viva los asedios del poder militar. Enterados que él sería quien enjuiciaría a los culpables, el primer mensaje recibido en casa -esperaba a su asistente- fue la llegada de dos hombres con el objetivo expreso de asesinarle, los sicarios no contaban que Atilio tenía los güevos bien puestos.  Los recibió a punta de plomo. Como ocurrió durante esos años, el infortunado vivió parte de su calvario en Nicaragua.  

III. La otra cara de la violencia. La crónica de Roberto Valencia, español-salvadoreño, resulta la contracara de la violencia que asola El Salvador. Vivir en La Campanera, una especie de gueto, estigmatizado por los medios, víctima de la exclusión, espacio habitado por seres singulares, asesinos y criminales, según registran en sus páginas, micrófonos y pantallas. En términos comparativos, sus hermanos siameses en Nicaragua serían el Jorge Dimitrov, pared de por medio con las instalaciones de la Jefatura Nacional de Policía o tal vez el Reparto Schick, que pese a todo no se libera de esta acusación. Valencia presenta la bitácora que levantó sobre los peligros que acechan a quienes viven en La Campanera, sometidos a vigilancia implacable por las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional Civil. El poder y sus satrapías, ¡primero matan después investigan!

El calvario cotidiano son los vejámenes y mal trato recibidos, golpizas, pequeñas extorsiones, manoseo de jovencitas, un mundo donde siempre se presume la culpabilidad. ¡A la mierda con el principio de inocencia! Un conjunto de relatos donde la voz de los pastores, escuchadas a coro, clama por sus rebaños. Las rivalidades de las pandillas convierten cada pulgada de la capital salvadoreña en territorio de la Mara Salvatrucha o la Mara 18. El estigma permanece, "una mancha de óxido en una camisa blanca", obligándoles a mentir en sus hojas de vida, registrando su dirección en cualquier lugar menos que son los hijos malnacidos en La Campanera. Mienten o jamás consiguen trabajo. Crónica con enorme capacidad narrativa, nos lleva al convencimiento de la necesidad de conceder otro trato a sus pobladores. Ninguno de sus gobernantes lo ha querido entender.

IV. La diáspora. La guerra de los ochenta, produjo una hemorragia de migrantes, escalada que todavía no concluye en Centro América. Con la mirada atenta, Oscar Martínez D´Abuisson salió a su encuentro. Un pueblo camino a la frontera, cierra el abanico esplendoroso con que abre sus páginas la antología de Jaramillo Agudelo. Su desplazamiento hasta Altar, ubicado en el desierto de Sonora, le sirve de pretexto para contarnos las vicisitudes que sufren los migrantes del istmo centroamericano. Desde la óptica de la violencia, los trabajos antologizados son un formidable registro de los días que ha vivido y continúa viviendo Centro América. Con prosa punzante, estilo depurado y conjugación de tiempos en espacios habitados por el terror: en El Salvador, Honduras y Guatemala, las drogas estremecen sus sociedades, en Nicaragua pretenden levantar casa.  

Cuando la dicha los embarga, pensando que cruzaran la frontera estadounidense, sus sueños se pasman, víctimas de los burreros, narcos, polleros y autoridades policiales mexicanas, sobrellevan un drama al que de alguna manera saben que se precipitan, pero son incapaces de renunciar, buscando mejor vida. Oscar muestra el otro miedo, abusadas, robados y asesinados, sometidos al escarnio pagan cara su osadía. Nos devela el muro que se levanta en la frontera México-estadounidense, impedimento, trabas que no existen para las mercancías, libertad comercial y financiera, nunca de movilización y desplazamiento de las personas. El mismo sistema que los expulsa de sus territorios de origen, cierra las fronteras y niega el acceso, condenándoles a padecer otro miedo, tan aterrador como el que dejaron atrás. Tres testimonios difíciles de olvidar.

*Fotografías obtenidas de Internet

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