En la práctica de los mandatarios nicaragüenses y dirigentes de Telcor,
ha prevalecido una visión estrábica. Siempre que han podido han franqueado la Ley de Telecomunicaciones (Ley 200),
haciendo prevalecer el Código de Comercio, como si sus disposiciones encerraran
el secreto de la piedra filosofal. Todo con el ánimo de satisfacer las demandas
de ciertos dueños de radio y televisión en sus distintas variantes, así como de
los operadores de internet y servicios de telefonía básica y móvil. El recuento
de acontecimientos es largo y comprende a todas las administraciones, tomando
como punto de partida el gobierno de Doña Violeta Chamorro. Ninguno ha escapado
a las arbitrariedades.
Las telecomunicaciones no debieron privatizarse, Costa Rica fue el país
centroamericano que mejor entendió su carácter estratégico y sus implicaciones
para el desarrollo de la vida contemporánea, razón suficiente para no ser fácilmente
enajenadas. Todos los partidos con representación en el seno de la Asamblea
Nacional participaron en esta charanga. Ningún político fue capaz de entender
que Nicaragua se estaba deshaciendo de su activo más valioso e importante. Desde
entonces prevaleció una visión estrictamente mercantil, absolutamente
comercial. No quisieron entender los nexos que la comunicación tiene con la
preservación de la identidad y cultura nacional.
No fueron capaces de voltear la mirada hacia los países más
desarrollados. Los límites que imponen estas naciones a la inversión extranjera
se deben fundamentalmente a su naturaleza estratégica. El nuevo modo de
acumulación de capital tiene a las telecomunicaciones como soporte. Es su
centro de gravitación y eje rotor. Las bases y bancos de datos encierran el
mayor tesoro planetario. Son los abrevaderos donde se nutre el imaginario
mundial. En Nicaragua la cultura nunca ha sido percibida como la fragua donde
se forjan visiones y sensibilidades, maneras de entender y actuar de los
pueblos. También se ha obviado y pretendido desconocer que las culturas son hoy
en día el principal sector en disputa y las telecomunicaciones el eje
articulador de este debate.
Cualquier precio que pagaran los adquirentes por la infraestructura de
telecomunicaciones era irrisorio. No se trataba únicamente de pesos y centavos,
aunque se trate de un sector económico muy dinámico, genuino generador de
recursos financieros. Con el giro experimentado el conocimiento ha pasado a ser
clave en la generación de riquezas. La sociedad que vivimos ha sido caracterizada
como sociedad red. Las telecomunicaciones son a la vez el centro neurálgico de
la política mundial. El segundo traspiés fue la reforma al Artículo 29 de la
Ley 200, que imponía límites a la inversión extranjera en el campo de radio y
televisión. Una enorme hendidura que sangró y debilitó este cuerpo jurídico.
Con astucia matrera -hecha la ley hecha la trampa- hicieron que el
Código de Comercio fuese el santo y seña para que estas compras fuesen
consideradas como una simple operación entre privados. Desde entonces ha
prevalecido este criterio entre quienes han ejercido la dirección ejecutiva de
Telcor. Se han mostrado ciegos, sordos y mudos ante los cambios intempestivos
de las frecuencias radioeléctricas. El caso más flagrante fue la venta de Canal
10. El empresario mexicano-estadounidense Ángel González se enteró que estaba
en un país donde las reglas jurídicas podían ser violadas, acontecimiento que
marcó el nacimiento de su emporio mediático en Nicaragua.
La siguiente operación fue la venta de Estesa al empresario mexicano
Carlos Slim, con su adquisición Claro adquirió una posición privilegiada, conquistaba
la televisión por cable, consolidando una posición cuasi-monopólica. No le
bastaba la telefonía fija, móvil e internet, entraba de lleno al campo de la
televisión. Telcor consintió sin objetar nada. El argumento esgrimido para no
intervenir fue que se trataba de una transacción entre privados. El ente
regulador fingió nuevamente estar ciego, sordo y mudo. La operación se realizó
bajo las normas establecidas en el Código de Comercio. Igual ocurrió con la
compra-venta de Canal 8, afirmaron sin empachos que se trataba de una compra-venta
entre privados. La ley de 200 fue pasada por alto, pese a estar de por medio en
todas estas operaciones el traslado de las frecuencias, incluyendo la otorgada
a Canal 8.
Telcor de pronto ha recobrado la memoria y se acordó que las frecuencias
son del Estado. El artículo 10 de la Constitución Política establece que se
trata de un bien de la nación. Me sorprendió el tono amenazante contra Sky, utilizado
por su director, Orlando Castillo. Dejó ver que algunos personeros del gobierno
prefieren actuar bajo las premisas de premio-castigo. No puede ni debe haber
disentimiento. Nadie debe objetar su actuación aun cuando actúe a contrapelo de
lo establecido en la Ley 200. El mensaje enviado es que si siguen chillando les
van a cortar la yugular. ¿Su actitud intimidatoria tiene que ver con las
graciosas concesiones hechas a lo largo del tiempo a Claro, Movistar y también
a Sky? González permanece ajeno a estas refriegas, mientras Shinwei y Yota no
se dan por aludidas. Sienten que este rifi-rafe
no es con ellos.
Para que Telcor pueda emitir el Acuerdo 005-2013 la Ley 200 tiene que
ser reformada. La ley no le otorga las facultades auto conferidas. Como la
bancada de gobierno alega que esta ley no debe seguir parchándose, la única
alternativa viable sería mediante la aprobación de una nueva Ley de
Telecomunicaciones que venga a poner fin a tantas discrecionalidades y
arbitrariedades y otorgarles las prerrogativas que ha venido abrogándose. Si
esto no ocurre Telcor continuará actuando por las vías de hecho. Como gesto
positivo las autoridades del ente regulador deberían reencauzar sus actuaciones
por los senderos de la legalidad. Tejieron con tanta delectación la trampa en
la que se encuentran atrapados, que ahora su actuación provoca rechazo incluso entre
sus beneficiados. ¡Qué ironía!
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