En Nicaragua se vuelve urgente romper con la alta concentración
mediática y dar paso a la creación de un sistema mixto de comunicación. Un
sistema que incluya la televisión pública y comunitaria. La creación de más
canales de televisión ha devenido en más de lo mismo. Las narrativas televisivas
se concentran en las revistas matutinas, telenovelas, seriales de televisión,
películas y deportes. Todavía queda mucho por hacer sobre una producción
nacional de calidad y a la vez garantizar la existencia de las decenas de
empresas televisivas existentes a lo largo y ancho del país. Las escuelas de
comunicación, los expertos, académicos y el gobierno deberían comprometerse
conjuntamente a mejorar la calidad de las actuales propuestas de programación. No
deberían otorgarse licencias a quienes no presenten nuevas propuestas de
programación o que no cumplan con las propuestas a partir de las cuales les fue
concedida las licencias. Una vez obtenidas se olvidan de lo pactado.
Las debilidades en
la producción nacional son visibles, solo mediante acuerdos con la academia y
realizando inversiones en recursos técnicos y humanos podrá romperse el actual
esquema. Pese a ser el hecho cultural urbano más importante ocurrido en los dos
últimos decenios en el país, la televisión continúa atrapada entre lo estrictamente
comercial y la supeditación política. La academia jamás se ha preocupado por
formar técnicos de nivel medio y alto para responder a la expansión televisiva.
Si se deja a que el mercado continúe arbitrando todo lo que acontece en este
campo, la calidad televisiva seguirá decayendo. Muchas personas ven la
televisión no por la seducción que provocan sus imágenes, ni por lo atractivo
de su discurso, la miran porque rifan teléfonos, televisores, cocinas, camas,
entradas al teatro. Los canales deben aprovechar la oportunidad para mostrar
los distintos rostros del país y dejar de continuar amamantándose de la
producción foránea.
El cable sigue
expandiéndose por todo el territorio y el grueso de lo que se nutre la TV
nacional mucho antes de formar parte de su programación ya ha sido transmitida
a través del cable. Esta circunstancia ha generado nuevos hábitos entre las
familias televidentes. Sin mostrar ningún cansancio siguen las telenovelas en
el cable y a veces lo hacen de manera simultánea; cuando la misma novela es
transmitida en el país optan por ver los adelantos en el cable. Son pocas las
estaciones de TV que no pasan telenovelas, con raras excepciones quienes no lo
hacen es porque carecen de recursos para hacerlo. El gusto por este género se
debe a sus propuestas narrativas. Desde la década de los ochenta ocurrió el
salto, resultaron atractivas para las clases pudientes, no como estos sectores señalaban
que “las telenovelas únicamente seducían empleaditas”. El melodrama y
toda la cauda de seguidores que arrastra no ha logrado contagiar inexplicablemente
al mundo de filólogos y lingüistas, quien no ha mostrado interés para dar
cuenta de las implicaciones de esta narrativa.
Nuestra televisión
es un calco de la propuesta norteamericana. Algunos programas matutinos nos
despiertan contándonos historias de acontecimientos ocurridos en diversas
partes del mundo, incluso un mal que sufren también las televisoras nacionales,
algunas de las cuales hasta hace poco se dieron cuenta que nada tenía que ver
el estado del tiempo en Arizona, cuando lo que sus televidentes deseaban que
les contaran era cómo había despertado el país y cómo transcurriría el clima
durante el día. Todavía Canal 2 y Canal 10 nos levantan con Al rojo vivo y Primer impacto. Los noticieros
televisivos deberían romper el cordón umbilical con los periódicos. Dejar de
fastidiarnos con la lectura de sus titulares. Uno espera programación propia.
Sigo esperando un programa de opinión que brinde cabida a los postergados de
toda una vida, ampliando su agenda temática y olvidándose de la clase política,
mientras está no se reinvente vivirá sumida en sus pleitos eternos. En
Nicaragua la mayoría de los programas de opinión, con sus invitados de siempre,
son afines al discurso oficial. Esta ha sido una de las tragedias de la alta
concentración televisiva. En los canales oficiales y oficiosos el pluralismo ha
quedado reducido casi a cero.
Necesitamos una
televisión que amplíe su visión del país, que nos cuente qué piensa la
ciudadanía del Caribe estigmatizada por la profusión de noticias relacionadas
con el narcotráfico. ¿Los periodistas locales y los corresponsales de los
medios nacionales no tienen otra cosa qué decir? El cambio ocurre durante el
mes de mayo. Los caribeños celebran su fiesta grande. Como la inclusión de sus
cantos, bailes y danzas forman parte del carácter cíclico de las narrativas de
la TV, sus habitantes deberían rebelarse y ponerse en huelga, paralizar sus
cuerpos y apagar su voz que tanto gustan, esos grandes atributos de la
sensualidad caribeña. Estoy a la espera que por sanidad los dueños y directores
de Crónica TN 8 y Acción 10, en un acto de misericordia pongan fin a la orgía
de sangre que a diario bañan sus pantallas. En fin aspiro una televisión con
olor a Nicaragua, que la disputa entre los canales 13 y 14 se acreciente y que
cada día se esfuercen por mejorar la calidad de la producción nacional y
pidiéndole peras al olmo, por siquiera una vez los canales de la familia
presidencial transmitan algo que contradiga el discurso oficial. Con eso me
bastaría. No pido más.